Santos y Beatos

Santas María Herminia y sus compañeras: Vírgenes y Mártires
9 de Julio

 
 

La misión de Tai-Yuan-Fu se desarrollaba bajo la dirección de Monseñor Grassi, vicario apostólico del Chansi septentrional. A petición suya, siete hermanas Franciscanas Misioneras de María llegaron a la misión el 4 de Mayo de 1899 y pusieron en pie un orfelinato que pronto contó con más de 200 niños. Pero la persecución estaba cerca, el 29 de junio de 1900, los niños, salvo una docena de enfermos, fueron llevados a la fuerza a una pagoda; el 5 de julio, un decreto del gobernador ordenaba a los cristianos a renunciar a su fe bajo pena de muerte. El 9 de Julio, a las 16 horas Monseñor Grassi, los hermanos y las hermanas misioneras, los seminaristas y los servidores chinos sufrieron el martirio. Las siete hermanas misioneras de María, eran: Marie-Hermine Grivot, Marie de Ste Nathalie Kerguin, Marie de St Just Moreau, Marie de la Paix Giuliani, Maria Chiara Nanetti, Marie Amandine Jeuris, Marie Adolphine Dierk.
Fueron beatificadas por el papa Pio XII en 1946 y canonizadas el primero de octubre del 2000, en Roma, por el Papa Juan Pablo II.

“Puedo decir con San Francisco: Ahora tengo siete verdaderas Franciscanas Misioneras de María” -María de la Pasión, el 22 de Septiembre de1900- (el día en el que supo la noticia)

Señor, que has dado a María Herminia y a sus compañeras, la fuerza de ser fieles hasta la muerte, haz que, sostenidas por su oración y el ejemplo de su martirio, tengamos el valor de ser testigos del Evangelio.

CF Santoral Franciscano, Ediciones franciscanas. Paris 2016 Página 265

 
 

Bienaventurada Maria Assunta Pallotta
(1878~1905)

 

María Assunta ha vivido una vida como tantas otras. Nada de especial, nada de extraordinario…

Pero lo que ha vivido, lo ha vivido en profundidad.

Nació el 20 de agosto de 1878 en Force, en la Región de las Marcas; en un pueblo pequeño situado en la cima de la colina. María Assunta comparte la vida sencilla, pobre y los duros trabajos de su ambiente y su familia.

Un día oye la llamada: “¡Ven, y sígueme!”.

Los lazos familiares son fuertes. Sus padres se oponen. Su partida no es fácil.

Sabe que la llamada de Dios es exigente, pero confía y a los 20 años deja su pueblo y todo para ser Franciscana Misionera de María.

Comienza una vida nueva para ella – al principio le resulta difícil – pero deja que Dios actúe en ella, como un niño maravillado al ver que su vida se transforma por la gracia.

El 7 noviembre 1954, la Iglesia ratifica su vida – sencilla, humilde, invadida por el Amor – como heroica, y la declara Bienaventurada por su fidelidad y confianza en Dios, vividas en lo cotidiano y manifestadas en tantos pequeños gestos de amor.

Marie-Hermine de Jesus
(1866~1900)

Nació el 28 de abril en Beaune (Francia). Una familia modesta: su padre era un tonelero y su madre cuidaba de la casa. Irma, de salud frágil, era una niña sencillo, recta, viva, cariñosa, sensible por naturaleza y abierta a Dios. Inteligente y estudiosa, completó sus estudios en 1883, con un certificado elemental.
Su vocación religiosa no fue entendida ni aceptada por sus padres y esto hizo que su posición fuera muy difícil para ella. Trató de ser más independiente dando lecciones privadas.
En 1894, se fue a Vanves, a las afueras de París, donde comenzó su prenoviciado. Su aspecto frágil hizo necesario que pasara algún tiempo en esta comunidad; era necesario asegurarse de que su fuerza le permitiera comprometerse con una vida misionera. Pero detrás de su aspecto frágil se escondía una voluntad de hierro que superó todas las dificultades. Comenzó su noviciado en Los Châtelets, cerca de Saint Brieuc (Francia), en julio de ese mismo año, y recibió el nombre de Marie Hermine de Jésus. El armiñio es un animal que prefiere la muerte a ser empañado – así dice el dicho – y esta sería una de las resoluciones de Hermine. Tal era su vida, tal fue su muerte.
Una mujer llena de ternura y firmeza… Una mujer humilde. Su paciencia y su caridad podían crear un ambiente hogareño dondequiera que fuera: en el noviciado, luego en Vanves, donde se ocupaba de las cuentas de la casa y más tarde en Marsella, donde se formó en el cuidado de los enfermos; finalmente como superiora del grupo en Taiyuanfu.
Ella sabía cómo ganar corazones: de obispos, sacerdotes, laicos consagrados, niños, enfermos… Y para sus propias hermanas, era madre, apoyo, animadora… hasta el final. ¿De dónde sacó esta fuerza? Sus palabras descubren parte de su secreto:
La»Adoración del Santísimo Sacrament es la mitad de mi vida.,la otra mitad consiste en amar a Jesús y ganar almas para Él».
Una ardiente misionera, adoratriz, una mujer de corazón único. Marie-Hermine no huyó ante el peligro de la muerte. Ella sabía vivir las palabras del Maestro: «No hay amor más grande que dar la vida por aquellos que uno ama.» (Jn 15: 13)

 

Maria della Pace
(1875~1900)

Nació en Aquila, Italia, el 13 de diciembre de 1875. Un hogar pobre, un padre con un carácter difícil, que fácilmente se enfurecía y no toleraba ninguna práctica religiosa – para ir a la Iglesia uno tenía que hacerlo sigilosamente – y la madre trabajó, sufrió, enseñó a sus hijas a amar a María. Pero la enfermedad se la llevó demasiado pronto, y a la edad de diez años Marianna experimentó el profundo dolor de perder a su madre. El padre los abandonó; otros padres adoptaron a los huérfanos. Marianna, inteligente y fervorosa, fue dirigida por un tío a las Franciscanas Misioneras de María.
María de la Pasión la recibió como una «probandista», es decir, entre las jóvenes que aspiraban a ser misioneras. Completó sus estudios y fortaleció su vocación en Francia.
Comenzó su noviciado en 1892. Tuvo varias experiencias en París donde se le dio la responsabilidad de un grupo de chicas jóvenes, muy difíciles … Maria della Pace, con su serena amabilidad, logró calmarlas y les dio la oportunidad de continuar su crecimiento y madurez … Luego, fue a Vanves donde hizo sus Primeros Votos. Más tarde compartió la fundación de una comunidad en Austria: otra lengua, otras costumbres. Todo esto la preparó para una partida más lejos, hacia China. Allí, se le dio la responsabilidad de organizar el orfanato, el trabajo material de la comunidad y también la música y el canto, ya que estaba dotada de una hermosa voz.
María della Pace, silenciosa extrajo su fuerza de la unión con Dios, en constante oración. La más joven de las siete, ante la muerte, tuvo su hora de angustia, de agonía como Jesús, pero como él también, supo decir «Sí» y se entregó totalmente. Sólo tenía 25 años.

 

Maria Chiara
(1872~1900)

Nació el 9 de enero de 1872 en Santa Maria Maddalena, provincia de Rovigo, en Italia. Sus padres la recibieron con alegría: era vivaz, precoz, ardiente… amada por todos – su familia y la gente del pueblo – de naturaleza impulsiva, exuberante, inteligente y alegre, ella entendió todo muy rápidamente. En la escuela, sus maestros trataron de disciplinarla. Después de la Escuela Primaria, ella ayudó en la casa. Era encantadora, todo el mundo la esperaba, pero muy pronto Clelia se sintió atraída por otro ideal.
¿Cuál fue la primera indicación de su vocación religiosa?
Sus padres la obligaron a ir al Baile, pero la opción ya estaba hecha en su corazón. Bernabé, su hermano franciscano, la ayudó en su camino de ofrenda a Dios. A los dieciocho años de edad, pidió a sus padres que la permitieran ser religiosa, pero pensaron que esto era sólo un idealismo de juventud. Clelia sabía lo que quería y comenzó la lucha. Experimentó sufrimiento, amargura, odio, desesperación… todo tipo de miseria de este mundo. El deseo de entregarse, de servir, de vivir y de anunciar el Evangelio creció en ella.
Llegó a conocer el Instituto de las Franciscanas Misioneras de María a través de su hermano y ante ella se abrió el horizonte misionero.
Su fuerte personalidad la instó a tomar una decisión firme y, el 24 de enero de 1892, entró en el prenoviciado; y en abril comenzó su noviciado y recibió el nombre de María Chiara (Clara) y así era su vida y su ofrenda; una naturaleza franca, transparente, ardiente, apresurada pero siempre dispuesta a sacrificarse por los demás.
En China, ante la sugerencia del obispo de marcharse por el peligro, Chiara exclamó: «Monseñor, ¿huir? No. Vinimos a dar nuestra vida por Dios si es necesario!» Sin embargo, como las huérfanas también estaban en peligro, Monseñor estaba preparando dos coches para llevarlas a una aldea cristiana, y Chiara iba a acompañar al grupo. Pero las puertas de la ciudad ya estaban bloqueadas y tuvieron que volver … Habiendo cumplido con su deber, regresó feliz …
En el juicio final, Chiara fue la primera, dicen, en recibir el golpe mortal… Tal vez su altura atrajo la atención … ¿O quizás porque siempre se adelantó demasiado rápido hacia lo que pensaba que era la voluntad de Dios? … Sus últimas palabras fueron, sin duda, lo que tantas veces repitió: «¡Siempre adelante!»

 

Marie de Ste. Nathalie
(1864~1900)

Nació el 5 de mayo de 1864 en Belle-Isle en Terre, en Bretaña. Hija de campesinos humildes y pobres conocía los juegos sencillos de los niños de pueblo: correr a través de colinas y valles, llevar flores a la estatua de la Santísima Virgen.
Aprendió a leer en la escuela del pueblo y al mismo tiempo a tejer, a cocinar, a cuidar de los animales domésticos … Fue a clases de Catecismo y se preparó cuidadosamente para su profesión de fe. Poco después, cuando todavía era una niña, perdió a su madre y tuvo que enfrentarse a las tareas domésticas, pero para entonces ya tenía el deseo de entregarse totalmente a Dios, estaba haciendo un camino en su corazón.
En 1887 llamó a la puerta del noviciado en Francia, que estaba cerca de su aldea y la joven bretona, cuyos ojos azules revelaron su alma transparente en profundidad, fue allí recibida.
Trabajó en la granja, cuidó de las vacas, hacía la colada… Su alegría nació de una profunda convicción de que «todo es grande para quien lo cumple con un gran corazón». Dos cosas eran suficientes para ella: estar íntimamente unida a Dios y amar mientras realizaba los servicios más pequeños de cada día…
Después de su noviciado fue enviada a París, donde la pobreza era muy fuerte. Marie de Sainte Nathalie lo aceptó con alegría. Sus hermanas la llamaron «Hermano León» en memoria de fray León, el querido compañero de Francisco de Asís. Su primera partida fue para Cartago en el norte de Africa, pero cayó enferma y tuvo que regresar a Italia. Poco a poco descubrió el secreto de la cruz y escribió:
«Estoy feliz de tener que sufrir. Cuando uno sufre, se separa del mundo. Dios desea que le ame más que a todos los demás; ha sido muy generoso conmigo y ha hecho mucho por mí desde que vine a este mundo».
En marzo de 1899 fue destinada a la nueva fundación de Taiyuanfu. Poco después de su llegada a China, su salud se convirtió en una gran preocupación para la comunidad. Pasó varios meses en la cama con tifus. Sufrió incesantemente con una paciencia increíble y finalmente poco a poco recuperó parte de su fuerza.
El trabajo no le quería a ella … pero el 9 de julio, con todas sus compañeras, la joven bretona de ojos azules fue decapitada. «No tengáis miedo… La muerte es sólo Dios que está pasando por aquí…», había dicho varias veces.

 

Marie de St. Just
(1866~1900)

Nació el 9 de abril de 1866 en el pequeño pueblo de la Faye, en el Loira- Atlántico-. Su padre, un buen agricultor, era conocido en el pueblo por su caridad, su ayuda a los necesitados. Anne heredó estas virtudes familiares. Era sensible y valiente, aunque a veces un poco silenciosa, distante y seria. Prefería quedarse con su madre en lugar de jugar con las otras niñas, siendo también la «niña mimada» de la casa.
Cuando todavía era joven, perdió a su padre y tuvo que asumir la responsabilidad de vender los productos agrícolas. Pero ella ya había sentido la llamada para salir de casa. Un día :confió a un primo que recordaba esto «Me parece que Dios me está pidiendo algo grande. Quiero ir a China y dar mi vida por los chinos».
Su madre está en contra de su vocación y quiere que se case, pero Anne permanece firme. Sin siquiera despedirse de su familia, partió para el noviciado en 1890. Comenzó su vida religiosa con entusiasmo, aunque su corazón sangraba por la separación de su familia.
Luego el momento de la prueba: dudó de su vocación que ahora no le parecía tan atractiva y no sentía ese mismo celo apostólico. El trabajo sencillo sin ningún espectáculo, parecía insoportable para ella…
El futuro la hizo temer, sufrió de escrúpulos, dudó de la presencia de Jesús en la Eucaristía… ¿Qué hacer: abandonar este camino? ¿Volver a casa? Eso sería tan fácil. Marie de Saint Just estaba sufriendo. Oró y abrió su corazón a María de la Pasión, su superiora general. Con toda lealtad, ella le reveló la tortura que estaba pasando y dijo: «No soy nada y no lo sabía». María de la Pasión le dijo que orara constantemente con las palabras de Jesús: «Padre, que se haga vuestra voluntad, no la mía».
Durante varios años la joven hermana que no conocía el camino de los grandes místicos, continuó sufriendo … arcilla amasada por el alfarero. Ayudada por María de la Pasión, no retrocedió, sino que aprendió a permanecer firme junto a la cruz con toda su fe y toda su fuerza. Poco a poco venció la tentación y la paz reinó en lo más profundo de su ser.
La muerte de su madre se sumó a su dolor, pero la voluntad de Dios se convirtió en su fuerza. En Vanves aprendió a usar las máquinas de impresión, a hacer zapatos para sus hermanas y a realizar mil otras pequeñas tareas para ayudar y sostener a la comunidad.
Después de sus Votos Perpetuos, fue enviada a China. Describió el viaje con humor y a su llegada puso todos sus talentos al servicio de la comunidad y de los huérfanos. Ella escribió: «Siento que siempre he vivido aquí. Doy gracias a la Santísima Virgen a quien siempre he orado, y es un consuelo para mí decirle, Madre, que mis pruebas han terminado» Dios dio la paz a esta misionera. Pronto daría el testimonio supremo del Amor.

 

Marie Adolphine
(1866~1900)

Nació el 8 de marzo de 1866 en Holanda. Hija de una familia pobre, perdió a su madre muy temprano y los seis niños huérfanos fueron acogidos por los vecinos. Anne se fue a vivir con una familia de obreros que eran más ricos en amor que en dinero …
En la escuela, atenta a su estudio y fiel a la oración, también fue la primera en los juegos y muy alegre y comunicativa.
Después de la escuela primaria, comprendió que tenía que ayudar a su familia adoptiva y trabajó como obrera en la fábrica del pueblo, donde empacó café. Más tarde fue empleada por una familia de bien y luego fue a Amberes para el mismo trabajo. La joven Anne maduró, crecieron su personalidad y su fe; comprendió que la verdadera alegría proviene de una primavera que nunca se marchita, y que esta alegría se compra al precio del sufrimiento. Empezó a percibir un amor inmenso que la llamaba y encontró paz en el deseo de servir dentro de una familia más grande sin fronteras.
En 1893 ingresó en el noviciado de las Franciscanas Misioneras de María en Amberes. A la pregunta: «¿Por qué deseas la vida religiosa?», respondió: «Debido al deseo de servir a nuestro Señor».
Al igual que la mujer fuerte de las Escrituras, Marie Adolphine se entregó sin ninguna queja inútil, sin ningún ruido, a la obra más humilde y difícil. Adolphine no se creía digna de derramar su sangre por su fe. Pero ella se lanzó.
«Marie Adolphine es una hermana a quien podemos pedir cualquier cosa», dijo Hermine, su superiora. Y ella misma escribió: «Que Jesús me dé la gracia de atraer a mis ayudantes chinos a su Amor, pero para ello debo cumplir mi misión como verdadera víctima, entregada totalmente a Dios y a las almas».
Dios oyó su deseo. Marie Adolphine no se perdió el encuentro. Ella dio testimonio del don total de su vida por su fe en Jesús.

 

Maria Amandina
(1872~1900)

Nació el 28 de diciembre de 1872 en Herk-la-Ville, Bélgica. Hija de padres sencillos y cristianos valientes, que trabajaron duro para criar a un hijo y seis hijas de las cuales cuatro se dedicaron a Dios.
A los siete años perdió a su madre y su padre se vio obligado a irse a un pueblo vecino. Allí, una mujer llevó a las dos niñas más jóvenes a su casa y Pauline encontró afecto y protección en este hogar. Afectuosa y alegre, la niña muy pronto se ganó el corazón de sus protectores.
A los quince años ingresó en la Tercera Orden Secular de San Francisco de Asís. Su hermana Rosalie fue la primera que entró en el noviciado de las Franciscanas Misioneras de María en Amberes, donde recibió el nombre de Marie Honorine. Fue sólo después de la partida de Marie Honorine para Sri Lanka, que Pauline decidió entrar en el noviciado, seguida de su hermana Mathilde.
Marie Amandine era sencilla, alegre, generosa, verdaderamente franciscana. Su buen humor y su manera de relacionarse atrajeron y crearon a su alrededor una atmósfera de serenidad gozosa.
Fue enviada por primera vez a Marsella para formarse al servicio de los enfermos en el futuro hospital de Taiyuanfu. Desde allí se fue a la misión. El barco pasó por Sri Lanka y su puerto, Colombo, donde tuvo la alegría de ver a su hermana Marie Honorine. La alegría era mutua y luego fue el ‘adiós’: «Adiós… ¡hasta el cielo!».
En la misión dio lo mejor de sí misma en el dispensario. Ella describe su tarea con estas palabras a su superiora general: «Hay doscientas huérfanas, entre las que hay muchas enfermas a las que cuidamos lo mejor que podemos. También vienen a ser atendidas enfermas externas . Si viera a estos pacientes, estaría horrorizada. No se imagina sus heridas, agravadas por la falta de higiene. Qué afortunada soy de haber aprendido un poco de todo en Marsella. Hago todo lo que puedo para aliviarlas.»
De hecho, la tarea era enorme: «una vida de sacrificio sin descanso, aceptada con alegre resistencia». La hermana Amandine es, por edad y por naturaleza, la más joven entre nosotras», escribió Marie Hermine. «Canta y ríe todo el día. Eso no está mal; al contrario, la cruz de una misionera debe ser llevada con alegría». Los chinos la llamaban «La hermana europea que siempre se ríe».
Pasó noches y días velando y cuidando a Marie de Sainte Nathalie durante su enfermedad, y continuó su trabajo habitual con los enfermos, tanto que al final cayó gravemente enferma … No tenían grandes medios, pero poco a poco su naturaleza robusta superó todo … Reanudó su servicio. En una de sus últimas cartas, Marie Hermine relata: «Marie Amandine dijo esta mañana que estaba orando a Dios para que no preservara a los mártires, sino para fortalecerlos.» Y de hecho, ella misma continuó preparándose remedios, cantando como de costumbre. Su alegría era la admiración de aquellas que estaban encarceladas con ella.
Ciertamente, ella a quien Dios había dado la alegría franciscana, habrá cantado el «Te Deum» hasta el final, ese himno de alabanza al Señor Dios, «Bien total, bien único, totalmente bueno» según la oración de Francisco de Asís.