Fiesta litúrgica de la Beata María de la Pasión – 15 de noviembre

 

La fiesta de nuestra Fundadora ha sido colocada en el calendario litúrgico en el aniversario de su muerte (15 de noviembre), según la antigua tradición de la Iglesia que llamaba al día de la muerte de un bautizado «dies natalis», que significa «día del nacimiento» (en Dios, para siempre).

 

Para tener un resumen biográfico sucinto pero sólido, puede consultar la entrada de nuestro sitio web: fmm.org, bajo el título «Quiénes somos».

 

«Si realmente conociéramos el don de Dios…» «Sed santas, hijas mías…»

¿Qué quería decir cuando, tanto en sus cartas comunes como en su correspondencia privada, María de la Pasión llamaba insistentemente a sus hijas a la santidad?

He aquí lo que escribió a M. M. de Saint-Damián el 12 de junio de 1886: «Tratemos de conseguir que el amor, los deseos, los pensamientos, en fin, que todo lo que es del corazón de Jesús esté también en nuestros corazones. Lo lograremos si realmente nos hacemos una con su santa voluntad a través del abandono. Pide esta gracia para mí, querida, para que el amor del corazón de Jesús fluya en mi corazón. Lo pediré para ti y, para que lo obtengamos, te bendigo…».

Es conmovedor observar con qué sencillez ella misma confía su más profundo deseo a la oración de una de sus primeras compañeras, antes de prometer pedir esa misma gracia para ella.

– Sabe que es ante todo una gracia, recibida de Aquel cuya maravillosa promesa había escuchado una vez: «Siempre te amaré más de lo que tú podrás amarme…». Es su propio ser el que se convierte en la respuesta de amor que Dios esperaba de ella. Se dejó purificar, enseñar, dirigir, moldear, dejando que Él se apoderara de ella por completo en los meandros muy concretos de su vida.

– No olvida que también es una tarea que realizar, un largo trabajo de abandono. Casi siempre la palabra santidad se encuentra en sus escritos asociada a «hacer lo que le agrada», «Fiat», «abnegación», «obediencia», «abandono»: «Me siento tranquila porque me abandono a Jesús y, por Él, a la obediencia, no como un niño a su madre, no, quiero más: me entrego, o mejor, quisiera entregarme como Jesús y María a Dios”. (relato de su oración, 6 de enero de 1886, en ‘Me habla en el corazón de su Iglesia’, Nº 167).

Se puede decir que la propia María de la Pasión vivió lo que tantas veces nos exhortó a hacer. Y cuando aprendemos de ella a ponernos en el camino del seguimiento de Cristo, aceptando con amor entregar nuestra vida en total disponibilidad, como María, cada FMM puede experimentar la fuerza de la transformación: el Espíritu creador, el Espíritu Santo entregado por Jesús, es entonces libre, a su ritmo, para realizar en nosotros y a través del Instituto algo del plan del Padre para la Iglesia y la salvación del mundo… (cf. CS 2 y 66-67).

Celebrar cada año, con alegría, la fiesta de María de la Pasión, ¿no es despertar en nosotros esta llamada?

 

 

Con María de la Pasión, una lectura de la Palabra de Dios en la liturgia de hoy

1) 2 Cor. 4, 7-12

Admiramos aquí, la cercanía espiritual de María de la Pasión con Francisco. El énfasis que San Pablo pone en el incomparable poder del tesoro (la vida de Jesús, el Evangelio) que llevamos en la realidad de nuestra fragilidad humana, se repite a lo largo del capítulo XVI de la Primera Regla. Releamos este capítulo: toda la vida de nuestra Fundadora da testimonio de este modo franciscano de estar en el mundo, ella que conoció tantas tribulaciones por causa de Cristo y de la verdad de su Evangelio, con la aguda conciencia de haber sido elegida para llevar este tesoro en la pobre miseria que era: «… ¿A quién enviaré? Y es como si la Santísima Trinidad se inclinara sobre M. V. [María Víctima] y dijera: ‘Eres tú’, Tú eres esta pequeña, esta pobre desgraciada, la que será la mujer del verdadero poder. Y el verdadero poder es el amor. La invitación a decir «aquí estoy» es un río que fluye desde la Santísima Trinidad. Quiero, y no puedo querer otra cosa que entregarme, abandonarme al Verbo encarnado que se entregó, se abandonó a la humanidad, se abajó ante la humanidad para que fuera abajada en él y por él, camino, verdad, vida, ante su Dios» (27 de septiembre de 1884, NS 167, ‘Me habla’ N° 80). Sí, cuando Él vive en nosotras, por su causa, despojadas por el amor, la muerte está actuando en nosotras, pero en vosotros la vida.

Es en el misterio eucarístico donde María de la Pasión profundizará continuamente en este secreto de nuestras comunidades en misión. Así es como puede  afirmar: «el gran misionero del Instituto es Jesús en la Eucaristía», verdadero Amor que se despoja, se abaja, se entrega hasta el extremo para que el mundo tenga Vida. Francisco y Clara también contemplaron el movimiento obediente del Amor, la humildad de Dios hasta el punto de esconderse para nuestra salvación en un pequeño trozo de pan. (LOrd, 27-29)

 

2.) Lc .1,39-56

Otra imagen bíblica de la manera de como acercarnos al mundo es la Visitación, tan querida para María de la Pasión. Podríamos tomarnos un tiempo para releer la meditación sobre esta fiesta escrita por ella, que nos muestra otra faceta de su secreto de la vida misionera, como ella llama al segundo punto.

El tesoro, en este texto de Lucas, es efectivamente el Niño que María, comparada con el Arca de la Alianza, lleva en su interior; podríamos decir que lo lleva a la casa de Zacarías e Isabel. Y en el encuentro, es Él quien es reconocido como Señor (v. 43). «María no hizo grandes cosas, pero dio a Jesús al mundo. Aquí, la abnegación de María no adquiere el color del dolor, pero es igual de completa. En su canto de acción de gracias, sólo Dios es el sujeto de todo lo que se realiza por el plan de Dios. Los corazones orgullosos y dominantes son apartados, los humildes y hambrientos son bendecidos para dar a Dios la oportunidad de manifestar su salvación. Más tarde, al pie de la cruz, la Madre dolorosa seguirá «entregando a su Hijo al mundo» y el mundo a su Hijo.

 

Una bendición de María de la Pasión

«Os bendigo con toda esta ternura que estoy segura de que es la de María misma, y que es ella la que la ha depositado en un miserable vaso de barro que es la pobre Pasión. El recipiente no es nada, pero sabe el amor y la ternura que contiene para vosotras. En su nombre os bendigo. (texto inédito de una carta enviada desde Saint-Brieuc a las hermanas de Otacamund, 15 de octubre de 1877)