Misión vivida desde el abandono a la voluntad del Padre y el coraje para decir siempre “aquí estoy, Señor”

Madre María de la Pasión, concebía la misión como “ofrenda/entrega de sí misma, antes que como una actividad”, este pensamiento ha marcado la forma como vivo mi misión. La misión es para mí el espacio que me permite entregarme, “dar a Dios los que es de Dios”(Mt 22, 21),  y esta entrega en misión la vivo desde dos aspectos: el abandono a la voluntad del Padre, buscando en el silencio de la adoración Eucarística el aprender a leer cada realidad en su particularidad desde la apertura y escucha a la voz del Espíritu, para ser y hacer aquello que Dios me pide como Franciscana Misionera de María y  el otro aspecto es el coraje, ese que me hace vencer miedos, evitar excusas,  convertir  debilidades en oportunidades para decir “aquí estoy” y responder con prontitud a  las necesidades del contexto al que he sido enviada; esta es mi manera de vivir el dinamismo contemplativo y misionero propio de nuestro carisma fundacional.

Me dinamiza y fortalece cada día haber encontrado el sentido de mi vida en el servicio a Dios en los hermanos y hermanas dentro del estilo de vida FMM;  mi vida solo es significativa y habrá valido la pena vivirla  en la medida en que me entregue al servicio y al amor en la misión.

Me motiva ver y experimentar la gratitud y el gozo de la gente que se alegra por el encuentro cercano, conforta mi alma el constatar que muchos hermanos y hermanas esperan  una palabra, una invitación a participar de la vida eclesial para convertirse en laicos comprometidos haciendo presente el Reino de Dios aquí y ahora, gracias al dinamismo del Espíritu Santo y a la docilidad de tantos misioneros y de las FMM que hemos dicho sí a hacer presencia en lugares remotos de nuestra patria.

Son muchos los recuerdos y las experiencias misioneras que entusiasman mi corazón. Compartiré acerca de la experiencia en Orito, Putumayo en la región amazónica, sabemos que la pandemia nos privó de la alegría del encuentro. Volver a encontrarnos hace que el corazón se avive por tener al otro cerca para compartir la vida, eso sentí al visitar los caseríos de ese municipio. Los pobladores estaban ávidos de Dios, sí, deseoso de la presencia y el testimonio de la misionera recordando que Dios está siempre presente; encontré personas que acogen, acompañan, comparten y se alegran haciendo que la misionera no dude,  por ejemplo en hacer dos horas de camino difícil para ir al encuentro de las familias,  disfrutando  del paisaje, la observación de aves y animales silvestres, atravesando ríos de grandes rocas y aguas cristalinas, saludando a los vecinos que  desarrollan sus labores campesinas a la vera del camino. Al llegar al caserío una charla amena, un momento de oración con las familias, luego la bendición a los hogares con la certeza que Dios habita allí  y les  protege de los peligros e  inclemencias de la selva.

Matilde Elina Vega Gutiérrez, fmm

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