S. un niño de cuatro años y medio estaba gravemente discapacitado.
Cuando encontré a su madre por primera vez fue con motivo de una jornada de puertas abiertas que hicimos en nuestra guardería, percibí una especie de distancia en ella, aunque estuvo muy educada, no hablaba con nadie y estaba replegada sobre sí misma. Como directora le aconsejé inscribir a su hijo en nuestra escuela. Su marido estuvo muy de acuerdo y aunque era ella la que estaba un poco reticente, decidieron enviar a S. con nosotras.
Poco tiempo después se descubría su epilepsia y sus crisis que se hacían cada vez más severas y frecuentes. Comenzó a llevar un casco especial, para evitar lesiones si se caía. Los otros niños lo aceptaron bien, sin ninguna reserva.
Al año siguiente su mama me pidió que le enseñase el catecismo. Aunque bautizada de niña, no conocía casi nada de su fe. Nuestras clases de catecismo, cada semana, comenzaban siempre por sus preguntas sobre la vida, como por ejemplo:” ¿Por qué un Dios Misericordioso permite tanta tristeza en nuestras vidas?” y muchas otras del mismo tipo. Expresaba su cólera contra las contradicciones de toda clase que se dan en la existencia. Incluso me escribió una carta en la que decía que se sentía como si la estuvieran diciendo que viviese en penitencia. Yo estaba chocada por lo que había escrito. Me dijo: ”Con frecuencia me encuentro con sus hermanas por aquí, pero nadie me ha ayudado”. Entonces me di cuenta de que el mensaje del evangelio no le había llegado, incluso viviendo yo tan cerca de ella.
A partir de ese momento traté de estar abierta y de compartir, en la medida en que me era posible, mí tiempo con ella. Quería hacerle sentir que era profundamente amada de Dios. La llamaba por su nombre y no como “la mama de S.” Quería ir a su lado, al lado de ella que tantas penas tenía, personalmente y en su familia.
Era el último año de S. en la guardería. El accidente ocurrió el lunes de la semana de Pasión. Su madre me llamó a media noche. S. casi se ahoga en la bañera y había sido enviado de urgencia, en ambulancia, al hospital. A la mañana siguiente, pronto, fui corriendo al hospital, pero no me autorizaron a verle en los cuidados intensivos, estaba en estado muy crítico. Su madre estaba completamente perdida, en un estado de choc y de ansiedad. Permanecí con ella varios días temiendo que se fuese a suicidar. Estaba muy trastornada.
El niño salió y se recuperó lentamente. Pero la hospitalización se prolongó, porque el hospital había dado aviso a los Servicios Sociales de Protección a la Infancia, sospechando un caso de maltrato. No querían dejar a los padres retomar al niño y volver a casa a pesar de sus afirmaciones de inocencia y de que de hecho se trataba de un accidente.
El jefe de los Servicios Sociales fue con ellos a casa para ver como había ocurrido todo. Tal interrogatorio fue otro golpe para ella. Siendo yo misma Asistente Social, hable con este jefe y prometí visitar a esta familia cada semana, para ayudarles a buscar los mejores cuidados para S. y para evitar que un tal accidente pudiera repetirse. Algunos días después S. salió del hospital y fue acogido en casa por sus padres aliviados y llenos de alegría.
En noviembre de 2019, el Papa Francisco fue de visita a Japón. S. estaba entonces en CE1, (Segundo año de Primaria). Sus padres y él participaron en la Misa del Papa en el Estadio Tokio Dome, lleno a reventar con 50.000 personas. Antes de la Misa, el Papa dio la vuelta al estadio en coche, bendiciendo a la multitud que lo aclamaba. La madre de S. no esperaba ni que su hijo fuese bendecido en medio de tal multitud pero una mujer que estaba cerca gritó con fuerza, “Santo Padre, aquí, aquí, un niño enfermo, por favor, bendígale”, ella gritaba más y más. Y aquí se produjo el milagro, el Papa Francisco salió del coche y se acercó a ellos. Bendijo a S. que dormía en brazos de su madre y le besó en la frente. ¡Qué sorpresa y qué alegría! Este regalo de Dios ha sido tan grande que desde entonces su mama vive en la gratitud. Su vida y su carga son idénticas, pero ella ha sido transformada.
Alguien sufre: esta es la razón de la misión de Jesús.
Las relaciones directas exigen mucho, necesitan discreción y dan grandes responsabilidades, pero estoy segura que una vez aceptado todo esto, el Señor nos muestra que su amor sobrepasa todos los obstáculos.
Hermana Angèle Merici Akiko TAKEBE
