El don de Dios

Nuestra vida “contemplativa-activa” de Franciscanas Misioneras de María está fundada en nuestro carisma. He comprendido que ofrecer mi vida por el Reino de Dios es la mejor manera de responder a su amor. Me ofrecí sin reserva para realizar esto, fiel y gozosamente cada día. No es fácil vivirlo plenamente en la cotidianidad. Sin embargo, he hecho la experiencia de ello,  lo creo y puedo decir como San Pablo “Me basta la gracia de Dios”. Es preciso  ser humilde y lo suficientemente abierta a la guía del Espíritu Santo.

Yo diría que es el carisma el que guía mi actitud en mi vida cotidiana de Franciscana Misionera de María. Esta actitud está basada en la unión al Señor. Puedo vivir la ofrenda de mi misma  cuando adoro y recibo la fuerza de la Eucaristía, de la Santísima Trinidad: Belleza entrevista por Madre Fundadora. En algunos momentos tengo que  adaptarme y arreglármelas  de cara a las necesidades humanas, a mis propios límites que me tensionan por todos los lados, a mis preocupaciones por otras tareas, que me harían decir “estoy demasiado cargada”. Debo ser decidida y encontrar un equilibrio entre oración y trabajo con el fin de permanecer centrada en Dios, de adorarle y contemplarle fielmente cada día. Así es como podré compartir a los demás la Buena Noticia de la que  hago la experiencia y del Dios al que contemplo. Esto es lo que Maria de la Pasión me ha enseñado, ella, que nos ha dicho que nuestra misión debe tener su fuente en nuestra espiritualidad. Al mismo tiempo encontrar el valor y la fuerza de ser fiel a una disponibilidad amante, como Maria, nuestra Madre, es en ocasiones  difícil. Ser un “sí” para los demás o para los miembros de mi comunidad – incluso cuando no soy de la mima opinión, o cuando las cosas no van como yo quisiera- nunca es fácil; pero vivir el abandono o la kénosis me ha ayudado siempre. Leer con frecuencia la Pasión de Cristo, como lo sugiere nuestra Fundadora, me anima a vivir la ofrenda de mi misma, y a pedir el Reino de Dios, lo primero en comunidad y para el mundo.

De mi experiencia saco la certeza de que todo debe comenzar por mí misma y en mi comunidad, con las hermanas que Dios me da; así, juntas, cumpliremos nuestra misión: proclamar que el Reino está cerca. Puedo hacer la experiencia y aceptar la belleza de la unidad en la diversidad, viviendo gozosa y fielmente la dimensión intercultural y estando abierta a la universalidad que es el espíritu de nuestro Instituto. Mi propia personalidad y la  llamada a crecer en madurez son desafíos reales para adaptarme a otras culturas. Es importante comenzar por la aceptación de una misma y después  aceptar a las demás tal y como son, en comunidad y en la sociedad, para ser capaz de anunciar a los otros la Buena Noticia que una misma recibe. El testimonio de vida es necesario en la misión. Podré testimoniar con mi vida si sé renunciar a mí misma como una verdadera FMM. Las palabras de San Francisco deben tomar carne en mí para que pueda proclamarlas  siempre  con mi vida y utilizar  las palabras solamente si son necesarias.

La capacidad de aprender nuevas lenguas, el conocimiento de situaciones políticas y culturales,  las creencias religiosas en los lugares de misión  y lo mismo que la prontitud en escuchar son medios que permiten a las misioneras que somos nosotras, a integrarnos en los lugares nuevos a los que somos enviadas.

Aprendo a decir “Mi Dios y mi Todo” y a vivirlo con convicción, dándolo sentido, como San Francisco. Es verdaderamente esencial, para mí, desprenderme  de las cosas mundanas, llegar a ser más humilde e ir a servir a los más pobres y marginados. Así podré acoger a los demás y vivir el carisma con desprendimiento y suficiente humildad.

 

Hermana Maria Yaw Muy Mang

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